

EL ANTOJITO VELEÑO

Es una tradición labriega que por su textura y su envoltorio se convierte en una insignia de nuestra cultura que genera nostalgia en el exterior
Basta abrir cualquier despensa y mirar en cuál rincón está la caja de madera de virola y el dulce envuelto en hoja de plátano, para cerciorarse de su importancia en la vida colombiana. Bocadillos hay muchos. En toda América se fabrican. La tradición es española y llegó a las colonias junto con la caña.
Pero los de Vélez marcan la tradición y la diferencia. Tanto, que el general Santander en su exilio europeo escribe: "Muy pocas cosas me hacen tanta falta aquí como el sabor de los 'veleños".
Es evidente que nació cuando se logró refinar el dulce de la caña de azúcar. La panela no sirve para hacer jaleas. Los bocadillos quedarían color cacao. La guayaba es originaria de América, pero no común en todas partes. Para el veleño se utilizan dos variedades que buena parte son las que le dan su sabor, textura y color especial: la guayaba pera y la redonda.
El secreto de la fabricación parece ser la manera y la presteza con las que se bate el dulce cuando llega a su punto. Esa textura inconfundible que se deja vencer por los dientes; que no es elástica sino firme, que no es pegajosa sino llana y sensiblemente mágica es la que le da su misterio y su temple ligeramente azucarado. Los que saben aseguran que no son sólo las guayabas las que conceden sabor al bocadillo: la hoja de plátano seca que lo envuelve ayuda a preservar su frescura y le añade sabor a vegetal vivo. Los expertos en nutrición aseguran que, además de una enorme riqueza en vitamina C, aportan junto con su sabor inigualable otras vitaminas: las que añade el rústico envoltorio de hoja de plátano seca al sol.
BOCADILLO VELEÑO
